domingo, 18 de septiembre de 2011

Milagro en la playa

El sitio es la Playa del Palmar, en Ixtapa; el personaje, mi sobrino Emilio Bezaury Fernández; las autoridades a las que se hace referencia, Edmundo O’Gorman, autor de Destierro de sombras, y Fray Servando Teresa de Mier —aunque también podría haberse mencionado a Francisco de la Maza, cuyo ensayo El guadalupanismo mexicano fue el punto de partida de mis lecturas sobre el tema—. 
Es bien sabido, por cierto, que algunos de los principales libros sobre la aparición tienen títulos muy hermosos: La estrella del Norte de México aparecida al rayar el día de la luz evangélica en este Nuevo Mundo; Pensil americano, florido en el rigor del invierno; Felicidad de México en el principio y milagrosa origen del santuario de la Virgen María de Guadalupe… (Véase el trabajo de Elsa Cecilia Frost que está en http://bit.ly/rqac44).
“Milagro en la playa” fue el último texto que alcanzó a entrar en Palinodia del rojo, libro en el que ocupa la página 48. Es posible que en él se juegue algo parecido (de manera simbólica y con toda proporción guardada) a lo que según la Iglesia sucedió en el Tepeyac —que me gusta llamar por su nombre en náhuatl, que es más eufónico—: en una palabra, ¿hubo aparición? Para efectos prácticos, como si la hubiera habido.
Por desgracia no puedo determinar si la imagen que aparece en la fotografía que abre este post es la de nuestra modesta revelación: la pieza fue confundida con las de otra pulsera idéntica, en la que había otras dos vírgenes de Guadalupe, en la bolsa de plástico en las que fueron guardadas, así que a estas alturas ya no es posible decir cuál es cuál. Agradezco a mi hermana Maca (cf. “Paloma y no”, op. cit., pág. 52) por haberlas recogido y conservado; también, por enviarme la foto de Emilio, que se hizo él mismo en el lugar del suceso apenas unos días antes, lo que sabemos porque aún no ha perdido el segundo frontal. Sin más preámbulos, copio el poema. La nota que lo acompaña en Siglo en la brisa no es una particularidad de esta edición sino del texto mismo, tal como pudo leerse en Palinodia del rojo y poco después en la revista Conspiratio.



Milagro en la playa

Te exponía la absoluta imposibilidad
de su existencia histórica,
                                            tomando la segunda cerveza,
echados en tumbonas paralelas frente al mar de Ixtapa:
la lista inacabable de las evidencias
—cada una más irrefutable y lógica—
que prueban que no ocurrió el milagro en el cerro Tepeyácac
ni hubo tilma de rosas improbables
ni una Virgen morena dejó verse a los ojos de un indio
en esplendor de fuego.

Ya conseguía contagiarte
de mi incredulidad,
                                 o por mejor decir ya te mostrabas
crédula de lo que te decía, cuando en medio de gritos y saltos
propios de niños sueltos en vacación de playa
entró Emilio en escena:
en la mano traía un objeto mínimo
que acababa de hallar al fondo de la alberca
                                                                            y nos mostraba,
todo él exultante y escurrido, colorados los ojos del vivir en cloro,
y aquella su sonrisa angelical de los seis años
a la que ya faltaban
los dos dientes frontales.

Antes de entrar en ninguna consideración,
antes incluso de entender
lo que decía,
                     con los nombres de O’Gorman y Servando
todavía en el aire, en los dedos de Emilio
reconocí a golpe de vista la piadosa silueta
guadalupana,
                        vi el verde de oliva de su manto estrellado,
y aquella su hermosísima
inclinación hacia el costado derecho, con las manos unidas
en resignación amorosa, enmarcada en el instante
de un resplandor de fuego. *

Sentí que el mundo esférico
dejaba su girar
y un profundo silencio, al preguntarme
instantáneo por una explicación a aquella inconcebible coincidencia,
caía sobre las cosas que pensaba
y creía
 —y las mismas palabras
resonaban todas huecas, y las pruebas
                                                                    inútiles, y la lista interminable
de la evidencias, cada una más inoportuna
y vana…

Sólo Emilio seguía allí,
en la mano el objeto en que brillaba
el milagro en el instante de un resplandor de fuego,
todavía exultante y escurrido
del agua de la alberca,
                                        colorados los ojos del vivir en cloro,
y aquella su sonrisa a la que ya faltaban
los dos dientes frontales,
                                          sólo él indudable y verdadero,
convertido en el ángel
de aquella aparición.

* ¡Fue como despertar a un sueño!
Nos reímos, primero,
                                     en explosión
de contrariedad genuina; demudados, después, ya lo contábamos
a quien quisiera oírlo,
                                      ¡incrédulos!


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Más sobre Palinodia del rojo (Aldus, México, 2010) en este blog:
Cómo se hizo y qué contiene, http://bit.ly/gK042J
Presentación pública, http://bit.ly/j00ELk
Lectura de “Paloma y no”, http://bit.ly/lKlTwP
Lectura de “Milagro en el supermercado”, http://bit.ly/99948L




3 comentarios:

  1. Mágnifico poema pero, mencionando a O´Gorman te olvidaste de este implacable e implecable libro: Destierro de sombras, publicado por la UNAM.

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  2. Excelente y magnífico poema pero ya que mencionanste, previamente a O'Gorman, no entiendo porque excluiste Destierro de sombras, publicado por la UNAM

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  3. Mi querido Ulises: tienes toda la razón. Gracias por recordármelo; como verás, hice ya el cambio. Te mando un abrazo siempre afectuoso. FF

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