domingo, 18 de marzo de 2012

Problemas de concordancia verbal en Los detectives salvajes

Celebro que la empresa mexicana Colofón y la editorial española Anagrama garanticen que la edición económica de Los detectives salvajes que circula en México sea de calidad suficiente. 
Digan lo que digan los editores que están a favor de las nuevas técnicas de pegado, los libros que exceden las trescientas páginas y no están acabados de manera apropiada, tarde o temprano terminan deshojados y en la basura. La más reciente reimpresión de la novela de Roberto Bolaño, de una edición hecha por acuerdo entre ambas empresas, está debidamente cosida y pegada, lo que hasta hace no mucho no fue así. Ya que México es el escenario principal de esa obra, es importante que los lectores de este país tengan acceso a ella en un volumen legible y resistente.
Más allá del propósito principal de la novela, que desde mi punto de vista está muy logrado —la recuperación de la aventura de un borroso grupo de poetas que resultó perfectamente intrascendente para la literatura, con la tácita excepción de quien los sobrevivió para contarla—, me parece bastante conseguida la recreación que se hace en ella de algunos aspectos de la cultura mexicana: la presencia de la ciudad, llamada con toda naturalidad “DF”, los feos hábitos de nuestra vida literaria ("una secta rígida en la que el perdón es difícil de conseguir"), el habla misma…
Aunque la novela da para mucho, y volveré a ella por lo menos en otra ocasión próximamente, esta vez me limitaré a señalar algunos lunares en el habla culta mexicana que aparece tan notablemente retratada en sus páginas. 
No me refiero tanto a cosas como que el personaje llamado Quim Font hable de “Ciudad de México” (“a veces me ponía a llorar pensando en Ciudad de México, en los desayunos de Ciudad de México”, pág. 380xico largos años. le en la lengua de alguien tan sensible a ella como el propio Bolaño, que vivis:  "), así, sin el artículo, como neciamente se insiste en España, y que más que señalar una peculiaridad de su habla —impensable tratándose de una persona de su edad, que no era un emigrante reciente—, quizás se explique como la intrusión de un corrector ibérico. De otra forma, el asunto es inexplicable en alguien tan sensible a la lengua como Bolaño, que vivió no pocos años en México.
Más grave me parecen ciertos problemas de concordancia verbal, como el que hay en la frase “han habido”, que se repite unas cuantas veces a lo largo de la novela. (En una obra anterior, Estrella distante, hay ya por lo menos un par de ejemplos…). De ser el caso de que los haya consentido Bolaño, como todo parece indicar, estamos quizás ante algunos de los primeros ejemplos en literatura perdurable de una fea manifestación en principio ajena a la forma de hablar en México que cada vez adquiere más vigor en el habla continental y que acabará por imponerse en el español de América. Hoy por hoy, a pesar de su fealdad e impropiedad, ya ha trepado al habla de gente preparada y hasta culta, y ya lo vemos incluso de forma escrita, aquí y allá. (Para nada decir de lo que oímos en la tele, donde por lo visto se contrata a los más imbéciles, que de inmediato se convierten en guías de millones de hablantes).
El asunto no es, desde luego, como para rasgarse las vestiduras. Si en el arte pocas ocasiones sinceras tenemos de proceder de esa manera, bien sé que los mexicanos, con nuestros más de cien millones de hispanoparlantes en lamentables condiciones educativas, hacemos con generosidad nuestras propias aportaciones (unas más feas que otras) a la transformación del español. Todos sabemos que la lengua se hace de esa manera y que no pocas formas del habla culta del español contemporáneo de México fueron producidas por analogías, malinterpretaciones o ignorancias. Sin embargo, uno no puede dejar de lamentar encontrarse en las páginas del autor de una escritura tan nítida como la de Bolaño con frases como ésta, dicha por Quim al personaje García Madero: “—Ahora vamos a olvidar todas las bromas que han habido entre tú y yo y nos vamos a concentrar en la defensa del castillo”.
Algo que parece comprobar que los responsables del uso no son los personajes mismos sino el propio Bolaño, es decir, lo que hace pensar que se trata menos de un recurso deliberado con la función de diferenciar a algunos personajes de otros, que un descuido —o por supuesto una nota de su habla personal que quedó reflejada en su escritura—, es que hay algunos casos más, desperdigados por la novela y en voz de otros personajes. En el discurso de Alain Lebert, por ejemplo, que en la página 263 dice: “Cuando salíamos de El Borrado le pregunté cómo había llegado a las cuevas, quién le había dicho que en El Borrado habían cuevas en donde se podía dormir”. 
O en el monólogo de Heimito Künst: “Cuando saqué la mano en mis dedos habían restos de telarañas” (pág. 308). El propio Amadeo Salvatierra, mexicano con la edad suficiente para asegurarnos de que está a salvo de ese uso, que de manera tan generalizada es reciente en el país, dice en la página 355 la frase “aunque yo bien sé que han habido poetas reconcentrados y serios y bastante desconfiados y muy violentos”. También Edith Oster, en la página 408: “No sé por qué, yo en el fondo esperaba que no hubiera nadie. O que hubieran más personas, no solamente Arturo”.
Ya que Colofón y Anagrama han decidido mejorar la edición económica de Los detectives salvajes, me permito señalar algunas erratas o problemas textuales con la idea de aportar algo a futuras ediciones. Esta lista quizá no sea exhaustiva ya que no siempre leí con lápiz a mano. En la última línea de la página 152, por ejemplo, hay una errata en “Cuauthémoc”. A la mitad de la página 215, dice “has” cuando debe ser “haz”: “haz de cuenta que tienes un orgasmo”. Hacia el final de la página 281 falta el acento al primer verbo de la frase, que está en pasado: “declaro que por fin su hijo se había curado de la homosexualidad”. En la 290, arriba, falta el acento a la palabra “qué”: “…le indicaba a Ulises a dónde había que ir, que autobús tomar o por qué calles meterse…”. En la 297, aparece el nombre de aquel espantajo priista como era Fidel “Velásquez” y no “Velázquez”, como debe de ser. Cuando habla Hugo Montero en la página 332, debe de ser “de más” y no “demás”, en la frase “no está de más decirlo”.

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Las fotos que ilustran este post pertenecen a la página que la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) dedica a Roberto Bolaño, http://bit.ly/FORv1r

1 comentario:

  1. Hace unos dos años leí el libro "Nocturna", de Guillermo Del Toro. Obviamente, la edición que leí estaba editada enteramente en España; hasta donde sé, fue la misma que se distribuyó en América. Era horrible y en algunos casos, hasta molesta.

    Sé que Guillermo nunca escribiría así, no después de escuchar lo lépero que es. Y no es que eso me espante, al contrario: uno de los grandes orgullos que tengo como capitalino, como "chilango", es el hablado, y no me refiero al acento de "ñero", sino al caló. Por supuesto también me enorgullece mi ciudad, sus calles, su historia. Bueno, todo este choro mareador sólo para decir que estoy de acuerdo contigo, en que cuando una obra es tan íntima y se debe tanto a un espacio tan vivo culturalmente como lo es la ciudad de México, debería de conservar ese colorido, ese rasgo, que es efectivamente, el que la convierte en un producto auténtico.

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