domingo, 17 de febrero de 2013

¿Qué estás leyendo en este momento?


La semana pasada, el joven escritor Carlos Zárate me preguntó por twitter qué estaba leyendo en ese momento. Le contesté que las memorias de Fernando Fernán-Gómez, cuyo segundo tomo tenía abierto delante de mí. 
Me había asomado a internet para consultar el significado de la palabra “tresillo”, que el gran cómico español utiliza por lo menos en un par de ocasiones, la segunda de ellas para decir que lo mucho que debía cierta persona incluía el tresillo del salón de su casa. Pero en cuanto escribí mi respuesta y posé los ojos en los otros libros que también estoy leyendo en este preciso momento, lamenté haber sido tan escueto. Como por definición es imposible otra manera en twitter, decidí escribir este post
Me parece que nunca como en estos tiempos había hecho un uso tan deliberado y continuo de mi propia biblioteca. Así, todas las semanas me veo rodeado de libros, algunos de ellos de consulta (Lírica hispánica de tipo popular de Margit Frenck, por mencionar el que está junto a la computadora en la que estoy escribiendo). 
Otros, que compro o que me envían y que semana a semana satisfacen o renuevan o acrecientan mis apetitos.
Si en la lista comentada que viene a continuación no están otros más que también tengo a la mano, es porque apenas los he hojeado a la espera del momento de su lectura: la edición de la poesía completa del Marqués de Santillana, que tuve que comprar por correo; el ensayo de Fabricio Vanden Broeck sobre la imagen; la selección de aforismos de Karl Kraus recientemente dada a conocer por Gonzalo Vélez; los poemas, hasta ahora desconocidos, de Salvador Elizondo... 
A cada uno de los siguientes libros me gustaría dedicarles un artículo en fechas próximas, y es posible que al menos en algún caso lo haga de verdad. Esta entrega de Siglo en la brisa no es otra cosa que un recuento de las lecturas que me acompañan este frío fin de semana de mediados de febrero de 2013.

Cortés de Christian Duverger (Taurus, 2010)
Interesado por la lectura del libro en que intenta probar que la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España no fue escrita por el soldado Bernal Díaz del Castillo sino por el propio conquistador de México, invité a conversar mi programa de radio al historiador francés Christian Duverger. 
Con la idea de preparar mis preguntas lo mejor posible, me he puesto a leer cuanto pueda conseguir de su autoría. Hace no mucho, Mario González Suárez me describió su libro sobre el sacrificio humano, La flor letal, como lo mejor que había leído sobre el tema. Siempre es fascinante volver al siglo de la Conquista: Cortés mismo, desde luego, pero también Bernal, los códices, el sacrificio humano, el destino final de la genealogía de los reyes mexicas, la arquitectura religiosa y en general todo lo que tiene que ver con el XVI mexicano, son temas de mi primerísimo interés. De saber que existía esta biografía, publicada por vez primera en Francia en 2005, desde hace tiempo la hubiera leído sin duda con el placer con que la estoy leyendo ahora. De regreso en terrenos cortesianos, me entero con tristeza de la muerte de Juan Miralles, el autor de la último libro que había leído sobre Cortés, ocurrida hace más de un año y medio.

Epístola moral a Fabio de Andrés Fernández de Andrada (Crítica, 1993)
Este pequeño volumen, comprado en Donceles hace algunas temporadas, es una edición minuciosamente anotada del celebérrimo “clásico sin ocasos” —como Juan Francisco Alcina y Francisco Rico llaman al poema de Fernández de Andrada para explicar que nunca, desde que se escribió a principios del siglo XVII, ha decaído en la consideración de la crítica—. Sobrio alegato senequista contra la vida cortesana, la Epístola moral a Fabio conserva la frescura y la transparencia con las que fue escrita hace nada menos que cuatrocientos años. 
Como demostró en su momento Dámaso Alonso, autor de los comentarios del poema también en esta edición, el Fabio del poema estuvo en México, a donde lo vino a alcanzar su amigo poeta, y aquí murieron los dos (y por tanto el nombre de Andrada debe sumarse a la lista de los notables escritores españoles que acabaron sus días en la Nueva España: Gutierre de Cetina, Mateo Alemán, Cervantes de Salazar…). Por lo que se sabe de sus vidas, ni el poeta ni el destinatario de su epístola hicieron caso a lo que el poema pide encarecidamente en versos tan convincentes (entre otras cosas, jamás "sulcar el piélago salado"), y en los que puede percibirse la influencia de mi admirado Capitán Aldana. La totalidad de la obra de Fernández de Andrada que nos ha llegado consta de ese poema, el fragmento de otro y una carta. No hay más. A la Epístola moral no sólo pertenece una de las imágenes más famosas de toda nuestra lírica (“¡Oh muerte!, ven callada / como sueles venir en la saeta”) sino también los versos más vertiginosos de toda la poesía en español —los cuales, siempre según Dámaso Alonso, son el perfeccionamiento de un terceto de Petrarca, mucho menos económico y hermoso:
¿Qué es nuestra vida más que un breve día
do apenas sale el sol, cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?

El tiempo amarillo de Fernando Fernán-Gómez (Editorial Debate, 1990)
El día que leí que había muerto, cuando yo llevaba unos meses de regreso en México después de vivir cinco años en Asturias, tuve una extraña sensación: me pareció que a partir de aquel momento podía entregarme sin reservas a admirar a este extraordinario personaje de la cultura española del siglo pasado. 
Y es que eran famosos sus desplantes contra quienes lo asaltaban en público con sus muestras de afecto, y por absurdo que sea nunca pude dejar de sentir que cualquier día podría encontrarme en esa situación. En diciembre del año pasado, cuando pasé un par de tardes consecutivas en Donceles, di con los dos volúmenes de sus memorias, El tiempo amarillo, llamadas así por unos versos de Miguel Hernández:
Pero yo sé que algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.
El libro decae un tanto al inicio del segundo volumen, cuando Fernán-Gómez, que además de actor y director cinematográfico y teatral fue miembro de la Real Academia de la Lengua Española, se refiere a sus inicios en el cine, cosa que hace de manera demasiado esquemática. 
Sin embargo, poco después su relato recupera la soltura y el desenfado con los que cuenta su infancia al lado de su abuela, los duros años de la guerra, que pasó en Madrid, y su descubrimiento del mundo del teatro. Este entrañable memorista, hijo natural que adoptó el apellido paterno de su madre, tenía el nombre que llevo yo: en su registro de nacimiento firmado en Buenos Aires unos días después de su azaroso nacimiento en Lima, aparece como Fernando Fernández. Es posible que dedique próximamente un post a seleccionar algunos de los pasajes que más me gustan de su vida contada por sí mismo.

Juan de Mena, poeta de prerrenacimiento español de María Rosa Lida de Malkiel (El Colegio de México, 1984)
Hace algunas semanas emprendí la lectura del monumental estudio de María Rosa Lida de Malkiel sobre Juan de Mena, el poeta más importante del siglo XV español. Todo es fascinante en él: la naturaleza de su lenguaje, en una época de vacilación idiomática; el uso sabio de la retórica; las constantes referencias clásicas; la poesía genuina que consigue asomar aquí y allá, aunque engastada en la ruda forma del arte mayor —a la cual, por sus dos pares de acentos característicos, el mismo Dámaso Alonso memorablemente llamó “torpe avutarda de cuatro aletazos por renglón”—. 
También, el que haya nacido en la ciudad de Córdoba y ese dato biográfico se sume a los aspectos literarios que lo emparientan con Góngora, a quien prefiguró en más de un sentido. Es cierto que el estudio es de una erudición que de cuando en cuando se vuelve gravosa; basta con saltarse esos pasajes. En tiempos de crisis de la poesía (aunque es bien cierto que nunca he conocidos otros) echar la vista atrás, específicamente al siglo del Juan II, cuando la lengua no estaba todavía cuajada y por lo tanto todas sus posibilidades estaban todavía abiertas, resulta una experiencia muy estimulante. Copio un par de ejemplos mínimos que dan cuenta del género de poeta que era Mena, de los muchos que Rosa María Lida comenta a detalle: su descripción del clima de Egipto:
do el çielo sereno jamás non se çiega,
ni el aire padeçe nubíferas glebas
y la forma en la que apostrofa al destino, que suele matar a quienes tienen más merecimientos para vivir:
¡Oh fados crueles, soberuios, rabiosos,
que siempre robades los más virtuosos,
e perdonades la gente peor!

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Tomo el retrato de Carlos Zárate, alumno de la Escuela Mexicana de Escritores (EME), de su página de Facebook.

Más sobre libros en este blog:
Hallazgos recientes, http://bit.ly/YzwEd1
El libro de las hojas, http://bit.ly/WOJouB
De viaje con María Rosa Lida de Malkiel, http://bit.ly/Uynw4I
Fin de año en Donceles, http://bit.ly/Yfs2cy

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