viernes, 8 de mayo de 2015

Moreno Villa, memorista


Estaba el libro desde hace tanto tiempo en mi biblioteca que ya me parecía que su autor, José Moreno Villa, era una especie de pariente más o menos lejano del que mucho había oído aunque jamás hubiera tenido la experiencia directa de tratarme con él. 
Exactamente el mismo efecto produce en mí su lugar en la historia de la literatura: como fue tutor de Lorca, de Alberti, de Prados, acaso de Cernuda, mis sentimientos hacia él son los mismos, o casi los mismos, de quienes conformaron aquel grupo de grandes poetas que tanto lo quisieron: un cariño que sólo puede describirse correctamente como entrañable –en mi caso, claro, dado por interpósita persona, pero de la manera más legítima y natural.
Por fin, la penúltima semana de diciembre lo leí; no fue cualquier semana: fue la del internamiento y la muerte de mi querido amigo Juan Almela, lo que quiere decir que durante esos días anduve particularmente sensible y emotivo, en especial a todo lo que perteneciera al ámbito de la familia, mucho más si estuviera relacionado de cualquier forma con lo ibérico y sobre todo con lo que tuviera que ver, de la manera que fuera, con el exilio español. Y eso, precisamente eso, es Moreno Villa.
Por supuesto, el libro, llamado Vida en claro, me encantó, para empezar porque pertenece a ese género literario que tanto me gusta, el momorialístico. Sirva este post para reproducir algunos pocos, breves, fragmentos: uno sobre el sentimiento gótico, como mi amigo Almela definía al amor; los otros son un puñado de retratos: de Alfonso Reyes, de Machado, de Alberti. Por último, una página sobre el miedo. Tomo los textos de mi vieja edición de Vida en claro, la autobiografía de Moreno Villa publicada por el Fondo de Cultura Económica por vez primera en 1944. El ejemplar que está en mi biblioteca pertenece a la primera reimpresión, de 1976.

[Sentimiento gótico]
Para un andaluz joven y recién salido de su ambiente, un monumento gótico es algo inexplicable. Las torres como lápices afilados, los arbotantes como muletas de tullido, las puertas abarrotadas de imágenes alfeñicadas, la piedra toda ahora horadada, perforada, convertida en flores y hojas. Sospechaba que aquello quería decir algo, que no era un delirio del hombre. Lo que no sospechaba era que, con el tiempo, yo mismo iba a sentir en gótico, es decir, que aquella fuga ascendente de la piedra respondía al anhelo de un san Juan de la Cruz y a todo auténtico lirismo. (Páginas 65-66)

[Antonio Machado]
Recuerdo bien dónde lo vi por primera vez. Estaba parado en la puerta del Ateneo. Yo venía con Juan Ramón, que me dijo: –Mire, aquél es Antonio Machado. –¿Aquél tan sucio?, le pregunté. –Sí.
Además de sucio era distraído. Una tarde, me senté a su mesa en el café Kutz. Estaban con él su hermano Manuel y un tal Fernández que sabía de teatro. Éste y Manuel estaban fumando, yo saqué mi petaquilla, tomé un cigarro; y como los que yo fumaba no solía gustar los españoles, no le ofrecí a Antonio. Éste, sin embargo, distraído, y creyendo que yo le había dado uno, encendió una cerilla y se la aplicó a los dedos llevados a la boca.
Andando por la calle parecía uno de esos eternos cesantes que nadie sabe de qué viven. Daba también la impresión de que venía de muy lejos, con muchas leguas de carretera atrás y que iba hacia otros parajes que los demás mortales. ¡Qué suyos aquellos versos: “Yo voy soñando caminos…”!
Alguna vez subió hasta mi cuarto de la Residencia de Estudiantes a escuchar mis últimas poesías. Éste gesto de llaneza, de humildad, me conmueve todavía. Porque hay que pensar en que él era una gran figura yo no pasaba de principiante.
La última vez que le vi fue en Valencia. Salimos de Madrid en el mismo camión. Llevaba ocho o nueve personas de la familia. Hicimos noche en el entonces terrorífico pueblo de Tarancón, y su pobre madre tuvo que dormir en el suelo.

[Alfonso Reyes]
Reyes […] era cortés y agudo, con infinitas alusiones literarias perfectamente encajadas. En sus ojos vivaces reía siempre un pensamiento que volaba o se detenía para enseñarnos el colorido tropical de su plumaje. Parece mentira que entonces le quedasen ganas de bromear; atravesaba la peor época de su vida; tenía que ganarse el pan familiar a punta de estilográfica. Él inició en Madrid, en El Sol, la crítica de cine. Luis Bello, el periodista, decía que Reyes era un prócer de las letras hispanas. (Página 99)

[Rafael Alberti]
Un muchacho nuevo se acercó a este grupo de la Residencia. Era andaluz y alegre. Decía que pintaba, pero lo único que yo vi suyo en poder de Federico no valía nada. Pronto habría de sorprendernos con un libro de poemas frescos y luminosos, que yo defendería acaloradamente en el Jurado para el premio de literatura del año 24. Era Rafael Alberti. Quiero contar esta escena del Jurado sin omitir mi metedura de pata. Lo constituíamos Menéndez Pidal y el Conde de la Mortera (Gabriel Maura y Gamazo) para lo histórico, Arniches para el teatro, Antonio Machado yo para la poesía. Tal vez me olvide de alguien. Como secretario, Gabriel Miró. La cosa marchó perfectamente hasta que tocamos a la poesía. Maura propuso en primer lugar al llamado “Pastor poeta”. Yo me opuse inmediatamente. Mauro argumentó con una frase poco feliz: –Su poesía huele a lana y a chorizo. –Basta eso –repliqué– para que una poesía dé asco. Y aquí fue mi metedura. Continué diciendo: –Eso es tan repulsivo como la pintura de don Luis Menéndez Pidal, ahumada y renegrida como las morcillas. Con el acaloramiento, no pensé que estaba delante su hermano Ramón. Intervino Miró hábilmente y todos me dijeron que diera yo un nombre para primer premio. –Pocas veces estoy tan seguro de votar con acierto como ahora; el poeta que se anuncia en este concurso como valor de trascendencia es Alberti con su libro Marinero en tierra. Entonces Antonio Machado, que había permanecido mudo, convino en que sí, que era lo mejor. Maura y todos aceptaron, pero aquel Conde llevaba otro candidato, además del “Poeta pastor”, y era Gerardo Diego. Propuso entonces que se dieron un segundo premio, trasladando el de teatro la poesía. Y así se hizo. (Página 118)

[Miedo]
Cuando se agudizó el cerco a Madrid y la metralla penetraba por las ventanas del Archivo, deje de ir. Hablé con Navarro Tomás, por ser viejo funcionario del Cuerpo de Archivos, y me dijo que debía inscribirme en las milicias de la FETE. Aquella misma tarde lo hice. Por cierto que al ir en busca de Navarro, en la calle de Medinaceli, me encontré de pronto solo en la plaza de las Cortes al tiempo que pasó un auto, volado, lleno de forajidos que asomaban sus escopetas por las ventanillas y me miraron con sospecha. Si hubieran podido contener la velocidad excesiva que llevaban o la prisa que tenían y me hubieran reclamado papeles de identificación, a estas horas sería polvo en cualquier derrumbadero madrileño. Porque yo andaba sin papeles de filiación alguna. Madrid estaba verdaderamente medroso, en esta época de los incontrolables. Y es curioso el fenómeno del miedo: no lo sentía cuando bombardeaban, ni ante la posibilidad de que cayera en manos militares enemigas, pero sí cuando se acercaba el hombre fiera, que sin saber leer ni entender las explicaciones exigía papeles de identificación. (Páginas 212-213)

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Más memorias en ese blog:
Federico Álvarez reconstruye su infancia, http://bit.ly/1DqTNgl
Pasajes inolvidables de Buñuel, http://bit.ly/1FpmNv3

Claudio Isaac recuerda al cineasta Alberto Isaac, http://bit.ly/1OtTehO

Sobre la foto de grupo que abre este post: se trata de [cito] “la ‘Orden de Toledo’, en plena inacción. De izquierda a derecha, Pepín Bello, José Moreno Villa, María Luisa González, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Federico García Lorca”. Tomados, la foto y el pie, de http://willygchristmas.wordpress.com/2014/01/

La foto que ilustra el último texto pertenece al archivo de la agencia EFE. La tomo prestada de http://bit.ly/1OtVDsQ, donde es descrita con estas palabras: “En la calle de San Luis de Madrid yacen las víctimas del bombardeo de las fuerzas nacionalistas durante la Guerra Civil Española.” 


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