viernes, 23 de diciembre de 2016

Imágenes de Marrakech


A fines de octubre pasado, tuve la fortuna de visitar Marrakech. Durante cuatro días viví en una de las ciudades más sorprendentes que he conocido. No vi todo: imposible hacerlo cuando se practica lo contrario a lo que acostumbran algunos conocidos y familiares, y que bien podría describirse como turismo deportivo.
Curioso, pero en cuanto me vi en la plaza de Xemaá El Fná, en donde jamás había estado, y sobre la que nunca había leído nada, supe que ya la había visitado –y no una sino cuatro o cinco veces: las que he visto hasta la fecha la versión de 1956 de The man who knew too much de Hitchcock. Al final de la primera secuencia de la película, el doctor McKenna, interpretado por James Stewart, su mujer y su hijo llegan a la plaza a la que yo llegaba ahora físicamente por vez primera en persona.
Fotografía de la versión de 1956 de The man who knew too much. A la izquierda, Hitchcock en uno de sus famosos "cameos".
A las cuarenta y ocho horas de estar en la medina, y de andar entre los zocos, caminando por aquellas inacabables y estrechas calle por las que transitan al mismo tiempo peatones en ambas direcciones, ancianos, mujeres con los rostros cubiertos, niños –sazonado fuertemente el conjunto por la viveza y la variedad de las vestimentas (chilabas con capuchas, velos, babuchas y sandalias), y entre ellos, aunque no parezca posible porque físicamente no hay espacio, motos, vespas y bicicletas, y de cuando en cuando inmensas cabalgaduras tirando de sus cargas, burros preferentemente –puntuado el transcurso por la presencia discreta de los gatos, la mayoría de las veces jóvenes–, uno tiene la sensación de que la ropa y los zapatos han sido invadidos por una suerte de polvo rojizo, y los aromas han penetrado nuestras personas al grado de que lo que sudamos (y pensamos, y soñamos) es parte ya de esa sustancia que lo conforma todo.
Ruido, estrépito, voces, cualquier género de sonidos sobre los que reina, impasible y magnífica, la pasión suprema del comercio... Y de pronto, dando vuelta a una esquina, el silencio más perfecto que hayamos conocido, y que sirve de engañoso hilo de Ariadna que nos conduce sin darnos cuenta al fondo del laberinto, y del que nos acaba rescatando un hombre joven y sin dientes, pero lo hace, cuidándose de que sus intenciones queden claras, porque espera de nosotros unas cuantas monedas.
Café en la Plaza de las Especias. Foto de Xavier Pascual Aguilar.
No es raro que haya sido en el libro que dedicó a Marrakech, que tampoco conocía y que leí nada más regresar de mi viaje, por cierto con enorme satisfacción, que Elías Canetti diga que “viajando, lo toleramos todo. Los prejuicios quedan en casa. Se observa, se escucha, se siente uno fascinado por lo más atroz porque es nuevo. Los buenos viajeros son despiadados”. Aquí un puñado de fotos que testimonian mi paso por la fascinante ciudad roja.












Foto de Lola García Zapico


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