viernes, 4 de agosto de 2017

Dicho con rosas

Me di cuenta de su perfecta belleza, de la elegancia de su desarrollo y la aguda emoción de su línea final mucho antes de leerlo en persona, cuando lo escuché dicho de memoria en una voz que no era la de su autor. “¡Pero si no es más que un cliché!”, irrumpe de pronto mi improvisación entusiasta mi joven alumna, una tarde de miércoles en la escuela de escritores, durante la sesión que dedicamos a analizarlo. 
Y sí, desde luego que es un cliché, le contesto yo. A mucha honra. Tal como ocurría antes de que la permanente fiebre romántica distorsionara nuestra mirada con la obsesión de la originalidad, los poetas se esforzaban en demostrar su talento a partir de lo que podían hacer con un puñado de temas heredados, resueltos de maneras más o menos parecidas, que interesaban a todos con la misma intensidad.
Referirse a la brevedad de la vida echando mano de la belleza fugaz y la fragilidad de las rosas, bien puede ser un cliché. Lo primero que se me ocurre, a mí que no soy precisamente un conocedor del tema, pienso en Rilke, en Lizalde, en Góngora, en Sor Juana. A continuación, recuerdo el libro en que Ernesto de la Peña analizó la rosa desde todos los puntos de vista que ofrecen la cultura, la ciencia, la filosofía y las religiones.
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Es un cliché, dice mi alumna, y tiene razón. Pero también, en otro sentido, en un sentido más profundo –al menos en el caso del soneto “Dicho con rosas” de Roberto Cabral del Hoyo (1913-1999), de ninguna manera lo es. El tema pertenece a la tradición: es un tópico, es un lugar común, de todos –incluso excesivamente visitado. 
Pero las singulares características que lo hacen ser él mismo están perfectamente conseguidas y le pertenecen sólo a él.
Véase la primera estrofa: las tres primeras líneas, al menos en un primer vistazo, acaso no tengan nada de particular (descartando, claro, que están perfectamente armadas, conforme a los requisitos de aquella forma poética que llamamos “soneto”). Es casi verdad que las podría haber escrito cualquiera, sin aportar mucho más que un oído educado y un prurito formal bien avenido:
La gala del rosal, ayer erguida
y alta en su tallo, ahora se deshoja;
pero otra nace ya, tan blanca o roja,
En cambio, lo que ocurre en el cuarto verso es muy notable y acaso sólo pertenezca a su autor, a Cabral. No es que la idea sea “original”. No es eso. Pero las palabras que utiliza el poeta y la manera de estructurarlas son de una belleza perfecta en parte porque nos transmiten, precisamente, la sensación de la fugacidad:
La gala del rosal, ayer erguida
y alta en su tallo, ahora se deshoja;
pero otra nace ya, tan blanca o roja,
y no menos en trance de partida.

Eso para nada decir del juego de sonoridades que hay en estas cuatro primeras líneas. El esquema de las once sílabas, repetido cuatro veces, se rompe con el encabalgamiento que hay entre el segundo verso y el tercero: “ayer erguida / y alta en su tallo”…Ese, llamémosle “desequilibrio”, que no busca otra cosa que enriquecer la experiencia de los endecasílabos encadenados, está compensado bellamente con la repetición de la vocal acentuada a, en “rosal” y “ya” –recurso que está en el corazón mismo de la estrofa –en el centro de los dos versos nones:
La gala del rosal, ayer erguida
y alta en su tallo, ahora se deshoja;
pero otra nace ya, tan blanca o roja,
y no menos en trance de partida.

El mismo fenómeno de afianzamiento, digamos, de sujeción en un medio que corre con la velocidad del endecasílabo, es el que ocurre entre las palabras “tallo” y “trance”, con la repetición, esta vez, del sonido de la consonante t, en el mismo eje de la cuarteta, ahora en los versos pares,
La gala del rosal, ayer erguida
y alta en su tallo, ahora se deshoja;
pero otra nace ya, tan blanca o roja,
y no menos en trance de partida.

Juan Almela, a quien escuché varias veces de memoria este soneto, había tratado a su autor, el poeta zacatecano Roberto Cabral del Hoyo (1913-1999). Habían coincidido en los años en que ambos trabajaron para el Fondo de Cultura Económica: Almela como corrector; Cabral como responsable de relaciones públicas. Estrecharon lazos un tiempo, al grado de que Deniz le dedicó un par de poemas de su etapa inicial. 

El primero es el que cierra su primer libro, Adrede: se llama “Jano” y lleva esta dedicatoria: “A Roberto Cabral del Hoyo, que conoce las dos caras” (Erdera, pág. 87). El segundo es el primero de los tres que conforman el poema “Tres motetes muy adultos”, que forma parte de la sección final, “Fricativas”, de su segundo libro, Gatuperio (Erdera, pág. 155). Cabral correspondió con el extenso poema “Inaplazable”, dedicado con estas palabras: “A Gerardo Deniz, vecino” (Casa sosegada, segunda edición, 2013, FCE, pág. 271).
Muchos años después, Almela evocaba a su viejo amigo como un hombre grato, culto, especialmente exitoso con las mujeres –incluso a una edad avanzada–, particularmente entusiasta de la obra y la vida de López Velarde. 
Cabral del Hoyo fue autor de varios libros de poesía que están reunidos en Casa sosegada, libro del que se han hecho dos ediciones, una en vida del autor, en 1992, y la otra más de una década después de su muerte, en 2013.
Cabral formó parte del Grupo de los 8 poetas, entre quienes estaban Dolores Castro y Efrén Hernández. Su poesía es irregular pero tiene algunos páginas memorables y unos cuantos sonetos francamente buenos. Aquí reproduzco uno de ellos, completo, el que Almela decía de memoria reconociendo su singular belleza. Es el primero de la serie titulada “19 de junio” en honor de López Velarde, quien murió ese día de 1921, y que por ahí circula con el atinado y hermoso nombre de "Dicho con rosas". Lo copio para beneplácito de los lectores de Siglo en la brisa:

Dicho con rosas
La gala del rosal, ayer erguida
y alta en su tallo, ahora se deshoja;
pero otra nace ya, tan blanca o roja,
y no menos en trance de partida.
Es tan fiel copia la recién nacida
de la que languidece, que se antoja
que son la misma flor hoja por hoja,
sangre las dos o nieve desvalida.
Y heredándose perlas a corales,
siempre la muerte quedará burlada
al paso de las rosas inmortales.
¡Ay, pero este morir es de otro modo,
rosa ideal, belleza entresoñada,
porque soy uno y moriré del todo!

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